lunes, 10 de enero de 2011

SENDEROS DE RELIGIOSIDAD PREHISPÁNICA EN EL CERRO MULATO


Por: David Ayasta Vallejo 1
Wilfredo Bastidas Vallejos 2
Lourdes Falla Vasquez 3

Lambayeque, enero 2011

Refiere una antigua tradición chongoyapana que estando los ángeles en lucha contra el diablo, éste fue encerrado en el cerro Mulato (Chongoyape); constituyéndose desde entonces en un cerro encantado, refugio y morada del ser maligno. Advertía el relato que la única manera de desencantar al cerro era descifrando los signos misteriosos (léase petroglifos) que albergaba en sus faldas. (León, A. 1938)
Las líneas que siguen en adelante constituyen un modesto intento por rescatar - antes que desencantar - al Cerro Mulato. ¿Del Diablo?... No, de la asignada condición de malignidad que le fue atribuida desde la intervención evangelizadora en la época colonial.
Se asume como Petroglifo o petrograbado, a los grabados realizado sobre rocas en estado natural, los mismos que se obtienen por descascarillado o percusión. De acuerdo con Guffroy (2009) a quien seguiremos en esta síntesis, la práctica petroglífica en el Perú se inició en el periodo Formativo Temprano, alrededor del 2000 a.C., prolongándose la misma hasta tiempos de la conquista (siglo XVI). El lugar de surgimiento podría ubicarse entre los valles de Zaña (Lambayeque) y Nepeña (Ancash), sin que haya podido determinarse aún el lugar exacto.

Antonio Núñez Jiménez (1976), rupestrólogo cubano, identificó hasta 6 formas de tallar petroglifos en el Perú antiguo: surco poco profundo (1 a 2 mm de profundidad), surco profundo en arco (0,5 – 1cm. de profundidad), surco profundo angular, percutido superficial (menos de 1mm de profundidad), rayado y combinación de pictografía y petroglifo.
El tallado de petroglifos se habría difundido desde el norte hacia el sur, y alcanzó su cúspide en Toro Muerto (Arequipa), ahí se ubica el repositorio de petroglifos más grande del mundo con cerca de 6000 bloques tallados. La difusión norte-sur dejó evidencias de esta práctica hasta en 800 lugares del Perú. Sus funciones varían en consideración del tiempo y el lugar. Los petroglifos han evolucionando desde tallas aisladas hasta la configuración de verdaderos “Templos al aire libre”, vinculados a ritos agrarios (cultivo, cosecha, distribución de coca, etc.).
El cerro Mulato es un sitio con petroglifos, emblemático en la región Lambayeque (Chongoyape). Ubicado a 200 m.s.n.m y a una distancia de menos de un kilómetro al Norte del pueblo de Chongoyape, la zona corresponde a la parte superior del principal río lambayecano: el Chancay-Reque. Se identifica a la zona como de ¨Chaupiyunga¨, abundante en algarrobos, huarangos, zapotes, cactus gigantón y tillandsias. Su fauna muestra venados, hurones, mucas, zorros, palomas, lagartijas, sapos y culebras. En este cerro hay piedras de granito rojo; color que explica el nombre de ¨Mulato¨.
Del sitio se han ocupado, Bruning en 1907 quien registró tres fotografías del cerro. María Santillán (1958) quien reconoció parte de la fauna y astros representada en los petroglifos, además identificó la existencia de una gran piedra con figura humanizada en la parte céntrica del cerro que debía ¨representar una divinidad¨ (p. 68). Jorge Rondón Salas (1959) describió un altar con el petroglifo de un ¨cóndor aprisionado por un felino¨, sus plataformas adyacentes, vinculándolos al ¨culto al sol por el temor de su pérdida o al advenimiento de las lluvias¨. Núñez Jiménez (1976) cartografió, calcó, reprodujo y publicó 133 petroglifos del cerro. Guffroy (2009) visitó, describió el lugar y publicó las fotografías de 44 petroglifos, 02 de ellos incompletos. Según Guffroy (2009), el sitio fue registrado por primera vez en 1929 por W. Lehmman 4, visitaron también el sitio W. Bennet (1939), H.D Disselholf (1955) y G. Kutscher (1963).


En la actualidad, la población de Lambayeque suele manifestar mucho temor al cerro Mulato, los moradores de la zona difícilmente se acercan a él. Se le atribuye la característica de ser un cerro ¨malo¨. Los shamanes locales y del departamento, suelen referirle en sus cantos. En la zona existen vestigios de ceremonias curanderiles actuales con perfumes y agua florida.
Guffroy (2009), cree que fue a finales del periodo Formativo (500-200 a.C.) que se dio inicio a la talla de petroglifos. Aunque ciertas representaciones de venados en las faldas y cima, similares a las del templo Ventarrón (Pomalca), podrían sugerir una antigüedad relacionada con el Arcaico Tardío.
El control visual desde la zona, no fue obviado por los talladores de petroglifos; por eso los ubicaron en el lado oeste del cerro, mirando hacia el valle medio y bajo.
De acuerdo con Núñez Jiménez (1976) se talló la piedra con la técnica del ¨Golpeado superficial¨, que permite grabar numerosos diseños en pocos días. Eliminando ligeramente la corteza superior de la roca, de manera que apenas profundizaban en un milímetro los diseños en la roca. Algo muy llamativo es que frecuentemente grabaron un diseño por roca. Y según Jorge Rondón (1959) hay desde petroglifos Cupisnique -que él denomina ¨chavinoides¨- hasta Incas. Nosotros hemos identificado en el área que los pobladores denominan ¨La puerta y sus dos ventanas¨ (característica por las imágenes de cactus ¨San Pedro¨) uno de factura colonial, vinculado probablemente a procesos de evangelización.
Cuando la primavera finaliza, una de las características especiales del Cerro Mulato, es que éste empieza a mostrar progresivamente sus atributos rojizos y con ello las imágenes de los petroglifos, éste es el periodo en el que la costa manifiesta la sequedad de su flora silvestre y las lluvias serranas que luego descenderán a la costa empiezan a darse. Es el momento en el que sobre el cerro costeño, los dioses, los ancestros, la fauna propiciatoria y sus mensajes plasmados en los petroglifos, empiezan a mostrarse en un paisaje dominado por el color rojo de la sangre.
Un color rojo sangre pone de manifiesto la vitalidad y continuidad de los seres y mensajes representados en el cerro. Como advertía Hocquenghem (2008) para el caso de los Mochicas, "(el) rojo sangre que debía presentar la eterna vitalidad de quienes en vida habían ejercido la autoridad absoluta de sus antepasados y que la muerte, devolviéndolos a sus orígenes, transformaba en poderosos inmortales, en ancestros míticos cuyos atributos icónicos eran los colmillos y serpientes”.
Esta percepción, pudo ser tomada en cuenta por las elites teocráticas del valle en tiempos prehispánicos para efectuar rituales en honor a las divinidades y ancestros de modo que éstos propiciaran y liberaran las aguas que las comunidades del valle requerían. Los petroglifos también servirían para reflejar las creencias en torno a esta preocupación y la forma en la que se habría de proceder durante los rituales propiciatorios.
Uno de los senderos empedrados para el ascenso hasta la cima del cerro parece estar en relación con esta idea. En la falda del cerro, la que parece ser su primera parada, presenta los petroglifos de un ancestro mítico y el venado El ancestro, de clara factura Cupisnique y reconocible por sus atributos felínicos y tocado de serpientes se ubica a cierta altura distante del venado. La imagen del ancestro mira con dirección al valle bajo. La piedra que contiene la imagen está muy bien dispuesta sobre un altar pétreo. A pocos metros de éste, la representación en perfil de un venado que corre descendiendo en dirección del valle y da la sensación de ingresar al lado oscuro de la roca. Oscuridad ex profesamente lograda tras desprender un filón de la rojiza roca para hacer aparecer el interior oscuro de ésta.

Como se sabe, en el pensamiento andino, los ancestros yacían depositados en los machays y desde el mundo subterráneo, oscuro y nocturno donde descansaban, eran responsables de liberar las aguas necesarias para irrigar los campos de cultivo. Es decir, el primer mensaje de esta primera estación consagra, el veloz venado que baja hacia la costa cuando las lluvias están por empezar, es el ser que se interna en el mundo oscuro, de la noche, el mundo de los muertos, donde moran los ancestros. Y como tal se convierte en el enlace predilecto de los ancestros para recibir las invocaciones humanas en relación al agua. La ubicación en las faldas del cerro de estos petroglifos, estaría relacionado con su asociación al mundo de abajo.
La llegada de las aguas, era posible, tras la entrega de sangre a los ancestros y divinidades. Para ello los sacrificios, deberían ser posteriores a los combates rituales (tinkus) desarrollados en las inmediaciones del lugar. Se sabe que en tiempos prehispánicos los combates se realizaban entre comunidades opuestas pero complementarias, y tenían lugar en alguna zona límite entre ambas; con la finalidad de predecir la preeminencia y prioridad de la comunidad vencedora en el año siguiente (Topic, J., 2008). Los sacrificios tenían lugar después de los combates, así lo demuestra la iconografía Mochica.
Corresponde a los arqueólogos determinar la presencia de combates y sacrificios en el sitio y sus inmediaciones; sin embargo, es preciso recordar que la tradición oral de Chongoyape, modificada y reinterpretada por el paso del tiempo, ha preservado indicios de su existencia. Un relato de evidente influencia hispánica refiere la figura de dos toros opuestos que salen de cerros, uno con cuernos de plata (sale del Cerro Mulato) y el otro de oro (del Cerro Chaparrí) que se enfrentan para predecir las características del año entrante, favorable o desfavorable. La población del lugar cree que el enfrentamiento tiene lugar en las pampas de Chaparrí.
Otro sí, en la actualidad el enfrentamiento de los cerros es representado en la mentalidad popular por toros; en el pasado prehispánico debió ser representado por felinos. Un petroglifo, no registrado aún, por los investigadores antes referidos, y ubicado al lado Este respecto del ancestro y el venado, muestra a dos felinos enfrentados. Se convierte así en el indicio figurado de la existencia de antiguos combates entre estas comunidades para propiciar la llegada de las aguas. La diferencia de tamaños entre los felinos, alude al tamaño de los cerros. Un agricultor de la zona nos explicaba que en la lucha de cerros, el ¨Mulato¨ era un torito chiquito pero bravo.
El ascenso a la segunda estación, accesible al inicio, pronto se torna en el más complicado de todo el recorrido y casi no se detecta un sendero definido. Después de 30 minutos de ascenso entre grandes rocas de granito, se llega a una zona de pendiente, se avizora la segunda estación y el sendero se torna accesible.
Esta segunda estación se vincula a tres litoesculturas de especial relevancia, son elementos centrales de la cosmología de las poblaciones de la época. Todas ellas, las damos a conocer en calidad de descubrimiento como aporte al estudio de la historia lambayecana y del área andina. Cada una con pequeños espacios rectangulares habilitados en su parte delantera para la recepción de ofrendas.


Una primera, tiene la representación de un pez, que mira en dirección Oeste. De acuerdo con la versión de un poblador monsefuano vinculado a la actividad pesquera (Lluen, 2010) sus características corresponden a las del ¨pez diablo¨ (Scorpaena afuerae). Gran cabeza, aleta dorsal pronunciada, boca oblicua, etc. La referida especie suele aparecer en los meses de verano cuando las nubes cargan para producir las lluvias. Es un pez de peña que suele internarse en las profundidades. Y según Chirichigno (1998) se le ha observado desde Ecuador hasta la isla Lobos de afuera.
Representaciones de pescados de gran volumen se han hallado en Sechín (Ancash). Se trata de dos frisos de barro de 3,60m y 3,70 m. de largo por 1,45 y 1,50 m. de alto respectivamente. De acuerdo con Bischof (1988,1995) el pez representado es un carnívoro, que podría ser ¨Mero¨, ¨Cherlo¨, ¨Doncella¨ y coincidentemente el ¨Peje diablo¨. La imagen se relaciona con otras de individuos ¨despeñados¨, en escenarios marinos. Reconstruyendo el ritual, Bischof describe ¨Peces se acercan a los despojos (humanos) ensangrentados, como recibiendo una ofrenda, quizá en representación de otra entidad superior…la acción se realiza a orillas rocosas e implica que las ofrendas hayan sido arrojadas al mar¨. En opinión del mismo autor, se trataría de sistemas ceremoniales que involucraban comunidades valle adentro con comunidades marinas, estos últimos escenarios culminantes, de rituales propiciatorios de la lluvia o del agua para el riego.
Otras representaciones de especies carnívoras, han sido registradas en Garagay (Lima), se trata de un friso multicolor de una langosta marina (Palinurus martensi). La referida especie, dentro de la cosmología de la zona; parece haber cumplido el mismo rol del pez para el caso de Sechín.
Retomando la ruta del sendero religioso del cerro Mulato, es posible que la cosmología de la época haya visto al ¨Pez diablo¨ como el ser que internándose en las profundidades marinas llevaría el mensaje a la diosa Ny (la mar, madre de todas las aguas) y los ancestros que habitan en las islas para propiciar la generación de nubes. Recordemos que según la versión de J. C. Tello (1923) en Huancabamba, existía la creencia hasta inicios de siglo XX respecto de que cuando no llovía, subía el hechicero hasta la cordillera en busca de Wari, llevando agua marina en un cántaro, la misma que había sido recogida de la parte más agitada del mar ¨…y conforme a la fe arraigada de esas gentes, del propio cántaro sale la nube que pronto ennegrece el espacio y desencadena la tempestad que inaugura el periodo lluvioso¨ (Pág. 66). Pero no solo el agua marina era generadora de nubes; también los muertos. Al respecto, según la tradición oral costeña recogida por el cura Antonio de la Calancha (1638) las personas al fallecer eran conducidos por lobos marinos (Tumis) hasta las islas donde moraban. Y un relato recogido por Augusto León (1938) da cuenta que los muertos se convertían en nubes ¨blanquísimas que lo reflejen a El (sol), porque como él son generaciones imperecederas de vidas sucesivas y continuadas, ya que se transmutaran en lluvia y nuevamente en nubes; y así retornaran y vivirán eternamente¨ (p. 25).
De ahí la importancia que en el proceso de propiciar la lluvia y el agua fértil, un pez como el ¨pez diablo¨ que reaparecía en los meses de verano en las inmediaciones de fondos rocosos y las islas, fuera el elegido para ser intermediario de los hombres con los ancestros y la diosa N y propiciar la generación de nubes que luego desencadenarían las lluvias que los pobladores del valle requerían
La escultura lítica colosal del ¨Pez diablo¨ descubierta en el Cerro Mulato de Chongoyape (Lambayeque), es un caso único de representación ictiológica en granito en el área andina. Y su peculiaridad se acentúa porque los escultores no se sirvieron de un solo bloque para su elaboración, sino por el contrario estructuraron la misma a partir de superponer diferentes bloques líticos hasta estructurar la imagen. Procuraron tal nivel de realismo que incluso las aletas pectorales y dorsales fueron detalladas. Algunos aspectos que deberán ser estudiados por especialistas son los relacionados con la ubicación cronológica de la litoescultura, la piedra y su procedencia, la técnica empleada para lograr la superposición de los bloques, la iconografía de los petroglifos que contiene, etc.
Otro sí, la presencia de la representación de una especie marina en la zona refleja una milenaria articulación entre comunidades de pescadores de la parte baja del valle (hoy distritos de Puerto Eten y Eten) y las comunidades agrícolas valle arriba de Chongoyape. Articulación reconocida por la arqueología desde el periodo Formativo, y que se mantiene vigente hasta la actualidad. 6
A escasos metros de la escultura anterior, el ascenso nos encuentra con la segunda litoescultura del cóndor andino, la misma que también reportamos por primera vez para la arqueología. Anteriormente7 habíamos sostenido que podía tratarse de un águila marina; sin embargo la cresta ubicada sobre el pico del ave, el ojo circular, las formas redondeadas de la cabeza y otras representaciones del ave en los petroglifos de la zona 8; no dejan dudas. Pero no es sólo ello, se reconoce la presencia de pintura blanca empezando el cuello, signo que permite identificar al ave como Vultur grphus, en actitud de extender sus alas con dirección hacia el cielo. Imágenes similares de aves en actitud de vuelo, han sido identificadas en el templo Chavín y Julio C. Tello las identificó como correspondiente a un cóndor. En el pensamiento andino, águilas y cóndores se vinculaban al mundo de arriba, de las fuerzas celestiales, responsables de producir las lluvias. Resulta altamente probable que los pobladores del valle hayan visto al cóndor, como el intermediario con las fuerzas celestiales (rayo, relámpago, etc.) para solicitar de ellas hicieran posible el desenlace feliz de la esperada lluvia, proveniente de las nubes originadas por los ancestros.
A escasos tres metros del cóndor es posible reconocer la tercera litoescultura descubierta y cercano a ella un petroglifo de singular relevancia. La litoescultura muestra a un felino que en reposo mira hacia la zona de donde provienen las aguas del Chancay. La roca que contiene la cabeza del felino posee representaciones de chakana, caracoles marinos y una de cacería de ciervos. Representaciones vinculadas al agua. A poca distancia, un petroglifo con representación de un felino que esta vez avanza en dirección Oeste, donde aparece el extenso valle, nos remite a la idea de que esta segunda explanada se encuentra vinculada al mundo terrenal. La presencia del felino que primero observa la llegada de las aguas y luego baja hacia el valle podría estar relacionada con la creencia prehispánica del felino volador que orina y fertiliza los campos. (Choque, 2009)
Al ascender nos encontramos con una segunda explanada y tras el ascenso un altar principal del sitio tallado sobre roca viva. La ubicación de éste se realizó aprovechando cuidadosamente la virtud paisajística de favorecer el suspenso, de encontrar a quien lo recorre con el atronador sonido del discurrir de las aguas del río Chancay, aguas que se escuchan repentinamente solo cuando se ha ascendido a la parte más elevada del altar.
Como parte de este altar, uno de los petroglifos mejor conservados, presenta complejas escenas con imágenes ubicadas bajo una serpiente bicéfala. Se registra la presencia de lagartijas, un águila y venados. Sin embargo, son las primeras las más frecuentes. Es pertinente recordar que en este proceso de propiciar la llegada de las aguas, reptiles como las lagartijas eran considerados como seres que se vinculan al mundo subterráneo donde viven los ancestros y de donde proviene el agua. Como tal su presencia era propiciatoria e indicadora de la aparición de las aguas. Un relato recogido en Mórrope (Lambayeque) hacia 1782, por el cura Rubiños y Andrade contaba que en tiempos de Inca Yupanqui, una gran sequía asolaba a los pobladores y hasta pensaban abandonar el lugar. De repente un grupo de niños que corrían tras una iguana llegaron hasta un pozo donde ésta se escondió. Al cavar en ella no encontraron la iguana; pero en cambio descubrieron un chorro de agua, que la población celebró construyendo un pozo que todos aprovecharon.
Lla presencia de representaciones diversas de lagartijas en los petroglifos complejos del altar, estaría en dicha línea; puesto que al estar vinculado este lugar a las ceremonias propiciatorias para la llegada de las aguas, las diversas representaciones naturalistas y a cuerpo entero de lagartos e iguanas, contribuirían a ello.
Lejos de la connotación puramente malévola que se le atribuía al cerro Mulato -presumimos en época colonial - su vínculo a rituales del agua y el poder fertilizador de éstas, lo dotaba de un sentido benefactor para la comunidad del valle en tiempos prehispánicos.
El color rojo de sus piedras reflejaba la inmortalidad de los ancestros. De allí que las imágenes de éstos fueran grabadas para quedar imperecederas en el lugar e inclusive restos de ellos fueron sepultados en territorios de Chongoyape, en el denominado fundo ¨El almendral¨.
Siendo una especie de templo al aire libre, el cerro Mulato, era el escenario privilegiado para la realización de rituales que propiciaran la llegada de las fertilizadoras aguas. Los petroglifos y litoesculturas contenían el cuerpo cosmológico que daba sustento a los rituales. Según éste, los venados que descendían a la costa, cuando las lluvias serranas comenzaban a caer, debían ser capturados por los humanos para ser ofrendados a los ancestros a quienes se pedía dieran inicio a la liberación de las aguas. Un pez marino (pez diablo) actuaría como intermediario con la madre de todas las aguas (Mama cocha o diosa Ni) y los ancestros que descansaban en las islas; para invocar por la conversión de ambos en nubes. No se descartan sacrificios humanos en un escenario marino (¿Morro Eten?) más aun porque la iconografía asociada a este pez, se muestra -a diferencia del cóndor y el felino- carente de imágenes de cérvidos. Posterior a los rituales del ¨pez diablo¨, a través de sacrificios de cérvidos se invocaría la intermediación del cóndor andino con las fuerzas celestiales (rayos, relámpagos, etc.) para desencadenar las lluvias. Y finalmente a través de un gran chaku de ciervos machos de gran tamaño, se pediría al felino, dote de poder fertilizador a las aguas con su orina. Las lagartijas en tanto, como seres que se interna en el mundo subterráneo donde moran los ancestros, serían las encargadas de portar el mensaje de los ancestros y anunciar la llegada de las aguas.


HUITA CUMA EL SACERDOTE SACRÍLEGO
Gracias al interesante relato ¨El venado: aerolito terrestre¨, publicado por Augusto León Barandiarán (1938) se conocen alcances de la forma en la que se procedía durante estos rituales. El relato tiene como escenario un templo ubicado en las inmediaciones de Chongoyape (¿Cerro Mulato?) y narra que en tiempos prehispánicos un sacerdote llamado Huita Cuma, efectuando rituales durante una noche de luna llena en honor a las fuerzas celestiales, decidió modificar el procedimiento. En lugar de agachar la cabeza y efectuar la ¨mocha¨ elevando los brazos, decidió bajar los brazos y mirar hacia el firmamento. El cambio del ritual, dio origen a un castigo, por ello un bólido celeste impacto sobre Huita Cuma y el templo destruyendo a ambos. A consecuencia de ello, el sacerdote y el bólido celeste se unieron en un solo cuerpo dando origen al venado, animal que adquirió sus atributos: la velocidad, la belleza y la delicadeza.
Creemos haber identificado el petroglifo que hace referencia a este mito normativo.
Dos piedras ubicadas cercanamente muestran, la primera de ellas a una figura humana. Sería Huita Cuma, quien mirando hacia el cielo, levanta los brazos y abre las palmas de las manos. Llama la atención la presencia de 4 dedos en cada mano del personaje, lo que insinuaría su condición de hombre-ave. Porta un Tumi en la cintura, lo que revela su condición sacerdotal. Tendríamos aquí la imagen de Huita Cuma en el instante que desafiando el ceremonial efectúa la mocha con los brazos levantados; pero mirando al cielo. La piedra del lado en tanto, nos muestra en un primer plano a un venado macho de gran tamaño y tras él una imagen radiante.
Lo que el mito transmite como norma, el petroglifo perpetúa. La inalterabilidad del ceremonial para propiciar las lluvias como también, la connotación sagrada del venado y su vínculo con las fuerzas celestiales que hacen posible la llegada de las aguas.
COMENTARIO FINAL
El presente artículo fue publicado en versión resumida en el suplemento Dominical del diario La industria el domingo 19 de diciembre del 2010 con el mismo título de la actual entrega. En él llamábamos la atención sobre ¨La infeliz noticia que se diera a conocer en días pasados (12.12.2010) por este diario, respecto de delincuenciales intentos de lotizar áreas cercanas al cerro Mulato, constituyen un importante y vital reto para la zona la gestión municipal local que inicia su accionar en enero del 2011¨.
Una siguiente visita a la zona realizada el día 30 de diciembre último, nos reveló, para beneplácito de los profesores autores de la presente investigación, la presencia reciente de personal especializado en temas arqueológicos; quienes empezaban a registrar y señalizar la zona donde se revelaron los importantes hallazgos.
BIBLIOGRAFÍA REFERENCIAL
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