Por León Trahtemberg
Me desconcertaba enormemente ver cómo se evaluaba a los niños para determinar su ingresar a los colegios privados y cómo en muchos casos se sigue haciendo indirectamente, contraviniendo las normas oficiales, usando modalidades truculentas. Hay algo de distorsión en el concepto de evaluación de los niños de 3 o 4 años para determinar sus capacidades presentes y predecir las que tendrán o no en el futuro. Hasta hoy me pregunto si es parte de la actividad profesional de un psicólogo evaluar niños para que como consecuencia de ello se determine su exclusión del grupo de candidatos a ingresar a un colegio. Una cosa es evaluar a un niño, dentro de las relatividades de lo que la evaluación puntual puede aportar, para ver cómo apuntalarlo en su desarrollo y otra evaluarlo para definir su exclusión.
Lo más curioso es que la gran mayoría de los expertos coinciden en que esa evaluación no tiene mayor valor predictor del futuro, ya sea porque hay una serie de problemas que aparecen después de unos años del ingreso al colegio o a la inversa, los problemas de un cierto momento en la historia de un niño pueden diluirse con un tratamiento adecuado a lo largo del tiempo.
Pero más importante aún es la pregunta respecto a quién es un buen médico, abogado, arquitecto, o profesor. ¿Aquél que solo quiere ver los casos sencillos y descarta los complejos, o aquél que se aboca a los casos más complejos y los saca adelante? ¿Cuál de esos profesionales puso más recursos profesionales en juego a la hora de trabajar sus casos: el médico que solo cura gripes, el abogado que solo hace contratos estándar, el arquitecto que solo repite modelos ya establecidos en los catálogos, o aquél profesional que es capaz de asumir las situaciones particulares más complicadas y darles solución?
Igualmente importante es para los padres preguntarse, si mi hijo no tiene problemas hoy pero podría tenerlos en el futuro, ¿qué esperaría yo del colegio? ¿Qué se deshaga de mi hijo o que se haga cargo de él? Qué colegio está en condiciones de hacerlo, ¿aquél que rechaza a todos los alumnos que no encajan en el estándar o aquel que acoge un alumnado heterogéneo y es capaz de lidiar con esa heterogeneidad?
A propósito de todo esto, me gustaría insertar en esta columna un extracto de una lectura de Richard Gerver “Crear hoy la escuela de mañana” (pag. 24 Ediciones SM) en la que relata que asistió a una clase de un viejo profesor en un aula en China y se quedó asombrado de ver que al empezar la clase le decía a sus alumnos “queridos alumnos, gracias por asistir hoy a mi clase” y luego, al terminar su clase, se despedía agradeciendo de modo individual a sus alumnos por haberle prestado atención.
A Gerver le llamó mucho la atención ver a un profesor que agradecía a sus alumnos por darle la oportunidad de enseñarles de modo que se le acercó a pedirle una explicación por su proceder, ante lo cual el viejo profesor explicó lo siguiente: “Cada día me coloco ante estos jóvenes que me miran con cara de expectación y esperanza que irradia con fuerza en el ambiente viciado de la clase. Al mirarlos pienso en mi interior que en algún pupitre en esta aula podría estar sentada la persona que encuentre la cura para el cáncer, o la solución para la paz mundial, o la creación de la próxima gran sinfonía que conmueva a la humanidad.
Podría ser el futuro médico, enfermero, maestro, medallista olímpico. No lo sé, pero lo que sé es que están ahí y mi trabajo es identificar y nutrir ese talento, no solo para su propio beneficio sino por el posible beneficio de otros. ¿Existe una responsabilidad mayor o mejor que esa? Me considero afortunado, por eso es por lo que les doy las gracias...”
Regresando a nuestro tema de inicio ¿cuántos niños y niñas que podrían formarse para ser personas de bien, capaces de hacer enormes contribuciones a sus familias y a la humanidad toda son despreciados, porque a los 3 o 4 años de edad no encajan con un estándar arbitrario de excelencia infantil?
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