Por León Trahtemberg
Sin duda
quien invierte en un negocio espera obtener la mayor rentabilidad del mismo en
el plazo menor posible. El problema viene cuando la rentabilidad del corto
plazo afecta la del largo plazo o inclusive la propia continuidad dela empresa
en el futuro (como se vio con los bancos y la crisis financiera de los Estados
Unidos).
Sin duda
también cuando una empresa o institución hace las cosas bien y gracias a ello
logra tener una buena marca e imagen en el mercado, hay una tendencia a
cuidarla y no arriesgarse a perder lo ganado. El problema se da cuando los
dueños de esa marca no se dan cuenta que ésta se está desgastando o que se
están gestando nuevas marcas aunque a fuego lento, que en un momento dado van a
tener una fortísima presencia en el mercado que haga que la marca clásica se
vuelva obsoleta (como IBM que hasta los 1990’s era la imbatible fabricante de
computadoras y en ese rubro sucumbió a la competencia).
Presiento que
ambas cosas están empezando a ocurrir en el mundo de la educación privada, en
relación a los colegios que tradicionalmente han sido considerados los
referentes en las diversas regiones del Perú y que no se están dando cuenta de
lo que está pasando a su alrededor, porque aún gozan de largas listas de espera
de alumnos cuyas familias aún no han volteado los ojos hacia las nuevas
opciones que se están gestando. Estas otras marcas, cuyos gestores recorren el mundo, traen al
Perú novedades de otros países, se asesoran con consultores internacionales, en
suma, dedican un importante presupuesto a renovarse y reinventarse
continuamente, empiezan a aparecer en un medio en el que lo colegios
tradicionales muchas veces ni siquiera tienen partidas presupuestales para
tales fines.
Después de muchos
años de conocer el mundo de la educación privada peruana he llegado a la
conclusión de que hay una marcada diferencia entre los colegios que “piensan en
grande” y para ello invierten en hacer alianzas con instituciones líderes en el
mundo para desarrollar propuestas innovadoras,
capacitaciones y consultorías nacionales e internacionales, viajes de
estudio de los docentes, etc. y aquellas instituciones que piensan
principalmente en “ahorrar” en las partidas vinculadas al desarrollo
institucional y docente (si es que las tienen).
He visto de
cerca en varios países y en particular en el Perú cómo se han ido despuntando instituciones que apuestan por
reciclarse permanentemente y estar en la vanguardia, como por ejemplo el
colegio Talentos de Trujillo, los Innova School, el Tecsup, los nidos La Casa
Amarilla (y en esa línea de trabajo arranca el Colegio Áleph del que soy
copromotor). Todos ellos tienen fuertes programas de consultorías con expertos e
instituciones de prestigio internacional. A la par he visto también cómo
se han ido quedado estancadas instituciones escolares y universitarias que
alguna vez tuvieron mucho prestigio pero
que por tratar de seguir haciendo siempre lo que alguna vez funcionó bien, y por
tener una larga lista de espera de postulantes, se han ido estancando y han
dejado de reinventarse continuamente y actualizar sus propuestas educativas. Varias
de ellas por el peso que produce el propio prestigio (resistente al cambio) y
otras por empeñarse principalmente en ahorrar gastos y maximizar rentabilidad, así
eso signifique el deterioro del recurso humano (por desactualización o falta de
incentivos salariales) que es el que le da vida y potencia a la institución.
Cuando hoy en
día me consultan por el valor de una institución educativa, les sugiero que
investiguen sobre el programa de formación y desarrollo profesional del equipo
docente y las frases comunes usadas frente a cualquier iniciativa de innovación o perfeccionamiento.
Si lo que escuchan es expresiones como
“veamos cómo lo hacemos” es un buen síntoma. Si lo que escuchan es “para eso no hay presupuesto” o
“no se puede porque no hay plata”, es un mal síntoma.
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