sábado, 27 de abril de 2013

"El cordón umbilical de una niña italiana me salvó la vida"

Al joven empresario peruano Sergio Gabaldoni le diagnosticaron leucemia linfoblástica aguda en el 2002. “Yo decía que era un resfrío. Ni en el peor momento dejé de reír”, cuenta


Juan Aurelio Arévalo

A los 15 años Sergio era un reconocido golfista. Un día sintió un dolor en la muñeca y a las pocas horas había perdido la vista del ojo izquierdo. El diagnóstico era desalentador: leucemia linfoblástica aguda. Con valentía y el apoyo de sus padres resistió, recuperó la visión y fue a tratarse en Houston, pero se enteró que su médula ósea no era compatible con la de sus familiares. Luego de descartarse tres posibles médulas en el 2003 se presentó la posibilidad de trasplantarle células madre de un cordón umbilical conservado en frío en un banco de Milán, Italia. Eso le salvó la vida. Hoy está sano, fuerte y lleno de vida.

Sergio fue el segundo caso en el mundo en recibir ese tipo de trasplante. Este 2013 se cumplen 10 años.

— ¿Cómo definirías este momento?
Es difícil que alguien que no ha pasado por esto me entienda. Cuando te enfermas y estás lejos de tu país, ese tiempo que perdiste se borra. Yo me fui a los 15, regresé a los 23 y en mi mente sigo pensando que estoy en quinto de media.

— Como si vivieran dos Sergios…
Exacto. Siempre negué lo que tuve. Nunca asumí que tenía leucemia. Todo el tiempo que estuve enfermo siempre dije que era un resfrío. La gente me alucinaba locazo.

— ¿Y eso ayudó a tu recuperación?
Puede ser. Aparte me reía de todo. Me daba septicemia y me mataba de risa. A la enfermera le decía: “Me voy a morir, ¿me das un besito?”. Me podía estar muriendo, pero no me ibas a ver así. Ni en el peor momento dejé de reír. Cuando tuve la septicemia yo sabía que me iba a morir. Ninguna de las tres médulas que consiguieron eran compatibles.

— Y te proponen el trasplante de sangre de cordón umbilical…
Yo no quería, pero era eso o me moría. Me daba pena ver a mi mamá llorar. Cuando me llevaron en ambulancia al hospital, vi todos mis recuerdos. Vi a mi mamá llorando y yo me vi en un ataúd. Y esa sensación me hizo regresar. Aparecí vomitando sangre en el hospital Rebagliati. Sintiéndome hasta el queque. En la ambulancia estaba inconsciente y mi mamá dice que yo pedía un ataúd de color naranja con rojo [risas].

— ¿Nunca te derrumbaste?
Dos veces. Antes de irme a Houston, estaba en Miami y recaí. Regresé a Lima directo al hospital y fue la única vez que agarré a puñetes una pared. La otra fue con la septicemia.

— ¿Cómo fue el trasplante?
Es tan simple como una transfusión de sangre. Ni bien te ponen la sangre comienzas a vomitar. Es como si entrara otra persona a tu cuerpo. Lo rechaza de inmediato. Tan así, que mi tipo de sangre ha cambiado. Yo pesaba 110 kilos y bajé a 35.

— ¿Quién fue el donante?
Una niña italiana de Milán. Si eres griego, tiene que ser de Grecia, si eres japonés, de Japón, etc. Mi familia viene de Italia y era compatible con esa bebita que no sé su nombre porque es confidencial. Yo estuve tirado en la cama tres meses. Y la quimioterapia había sido tan fuerte que me quemó la mucosa del cuerpo.

— ¿Fue un milagro, Sergio?
Ni me doy cuenta de lo que pasó...

— Pero eres consciente de que tú le das esperanza a muchas personas…
No soy consciente de eso. Todo el tiempo la gente me agrega por Facebook, me escribe, me llama. Yo hablo con pacientes, les cuento mi caso. No me incomoda hablar.

— ¿Cuál fue la mayor lección?
Como consecuencia de todo lo que me pasó, no veo el futuro. Vivo el hoy, no el mañana. No mucha gente lo entiende. Mi ex enamorada, que acabamos de terminar hace poco, no procesaba eso. Yo prefiero no planear para que no me pase nada. Ahora tengo mi empresa y tengo que hacer planes, pero me cuesta.

— Cuando te recuperaste, ¿qué fue lo primero que querías hacer?
Regresar a Lima. Me enfermé en enero del 2002. En diciembre nos vamos a Houston y en el 2003 es mi trasplante. Salgo y a mediados del 2004 me meto a un Community College. Abrí una empresa de ventas por Internet con Ebay para una persona que tenía un depósito de relojes. Yo me aburría. Como desde chiquito he vendido cosas, me puse a comprar y vender. Y entre tanta venta llegó un cliente gigante que quería comprar por contenedores. Me hice pasar por el dueño de la empresa, armé una empresa ficticia, se armó todo un chongo [risas].

*— Pero también armaste un servicio de transporte para los pacientes que llegaban a Houston. *
Sí, una empresa de limusinas. Yo estaba en el hospital Anderson y todos me conocían. También en el Saint Luke’s, en el Memorial. Yo recogía a las personas del aeropuerto y las llevaba a la oficina tal, del doctor tal, en tal hospital. Lo abrí en el 2008 después de 8 meses de trámites.

— ¿Hoy sigue funcionando?
No. Para mí Houston después del trasplante se convirtió en una cárcel. Solo me distraía con la empresa. Cada vez la depresión era más fuerte hasta que llegó un punto en que pensé suicidarme. Me había salvado, había gastado tanto dinero ¿y pensaba suicidarme? Hasta que vine al matrimonio de una amiga en Lima y conocí a una chica. Y vi a mis sobrinos gigantes. Me di cuenta de que estaba perdiendo esa vida. Esa chica justo se iba a Miami, la visité y me dije: “Me voy a Lima”. Me metí a Internet, pagué mi pasaje y regresé. Creo que regresé por ella. Pero no te voy a decir el nombre [ríe].

— Cuéntame de tu empresa…
Yo trabajaba en banca privada, pero me quedé sin trabajo. Surgió como necesidad. A mí me operaron del apéndice y se enteraron que tenía hepatitis, resulta que me la habían pasado en el 2002 en una trasfusión de sangre en el Rebagliati. El médico me dijo: “oye, tú tienes alguien arriba que te cuida porque si no te operábamos no nos hubiéramos dado cuenta que tu hígado estaba inflamado”.

—¿Sientes que tienes un ángel?
Me han pasado tantas cosas. A veces digo déjenme tranquilo un año sin tener que ir a un hospital [risas].

-Y tu negocio…
Por la hepatitis no puedo comer grasa, me bajé 10 kilos desde el año pasado y me di cuenta que para comer comida gourmet era muy difícil encontrar productos de calidad en un solo sitio. Con mi socio Bernhard Lotterer tomamos control de la marca deliperuano que la había creado mi hermana. Y agrupamos a más marcas que venden productos gourmet de alta calidad, cien por ciento peruanos y sin nada de preservantes ni saborizantes. Las ventas son mediante nuestra web [www.deliperuano.com] y las entregas son por delivery. Sin necesidad de ir a una tienda, encuentran buenos productos en un solo lugar. Tenemos galletas para piqueos, salsas, licores, frutas deshidratas. Llamas y te lo traemos.

—¿Qué sueño te falta cumplir?
Creo que mudarme solo e independizarme. No tener gente atrás mío preocupándose por si me siento bien o por si comí. Es un karma [risas].


FUENTE: http://elcomercio.pe/

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