Por León
Trahtemberg
Cuando algún padre de familia menciona que a
sus hijos les encanta su colegio, se divierten
y lo disfrutan, algunos de sus interlocutores se imaginarán que
seguramente en ese colegio no se estudia en serio.
Por alguna extraña razón hemos heredado la idea
de que al colegio se va a trabajar duro, que el placer no es condición para el
aprendizaje escolar, que el rigor académico supone un esfuerzo intenso por
aprender las cosas que exige el colegio - tareas incluidas-, y que los alumnos
no tienen por qué disfrutar. A final de cuentas, se están preparando para la
vida y las responsabilidades, e ir al colegio es como ir a trabajar.
¿Debe ser así realmente?. Veamos. ¿Acaso el médico, el arquitecto, el ingeniero,
cuando van a trabajar están yendo a sufrir, a pasarla mal? ¿Por qué asociar el
trabajo a una carga negativa? Además ¿existe alguna investigación científica que
demuestre que se aprende más en un
ambiente de sobrecarga y tensión que en un ambiente de disfrute? Ninguna, todo
lo contrario. La neurociencia nos dice hoy que en ambiente de tensión los alumnos disminuyen sus capacidades
de aprendizaje (cosa que debería ser autoevidente). Tercero, ¿por qué el
colegio tiene que ser asociado con una experiencia negativa, una espacio de
vida tortuosa y desagradable? ¿Acaso no se puede aprender más y mejor, sin renunciar
al rigor académico, en actividades que se han diseñado para que el alumno la
pase bien?
Estas reflexiones me llevaron a postear en mi facebook
el siguiente enunciado, para ver qué
dice la gente que lo lee. “¿Por
qué el rigor académico escolar no puede ser compatible con el disfrute como
ocurre con quien practica diariamente varias horas de música, teatro, danza,
atletismo, deportes, el biólogo en el laboratorio, el arqueólogo en sus
excavaciones, etc.? ¿Por qué los alumnos tienen que sentirse asfixiados
por su trabajo escolar? ¿Son estudiantes o súbditos? Colegios siglo XXI
cultivan a los estudiantes para que aprendan a aprender y disfruten de lo que
van logrando”.
Lo interesante fue encontrar que al lado de más
de un centenar de lectores que se identificaron con la idea de disfrutar de la
vida escolar, muchos de los cuales citaban sus malas experiencias personales o las
de sus hijos, había algunos que insistían en los criterios contrarios, y decían
por ejemplo, "es que el mundo es un
lugar difícil, injusto, complicado y te están preparando para él" ó “cómo
se educa la voluntad del niño cuando siempre hace lo que quiere”. Nuevamente la
confusión entre el trabajo académico riguroso o preparación para la vida, y el
sentimiento de pesadez, malestar, molestia.
Quizá eso explique por qué a tantos alumnos no
les gusta ir al colegio ni estudiar, y hacen lo posible por evadir las
responsabilidades y la asistencia regular al colegio. En lugar que los
profesores desarrollen fórmulas imaginativas y creativas para que el alumno se
sienta retado, atraído, involucrado, deseoso de aprender, se le culpa de ser un
ocioso e indisciplinado por no someterse a las vetustas formas de enseñanza que
ya han evidenciado hasta la saciedad que
son contraproducentes.
La ciencia y la experiencia demuestran una y
otra vez que las personas son más productivas, perseverantes y dedicadas a sus
actividades cuando encuentran que éstas les resultan interesantes, motivantes,
desafiantes y sobre todo, cuando están a su alcance, por lo que el esfuerzo
adicional sí compensa. Es hora que los colegios y los profesores dediquen un
poco más de esfuerzo en pensar que sus alumnos no solamente están siendo
preparados para el futuro (y eso no tiene por qué ser molesto) sino que
necesitan vivir plenamente el presente, y abordar sus problemas y vicisitudes
del día a día. La autoestima, seguridad en sí mismos, autodisciplina y
autonomía de los niños y jóvenes no se construye preparándolos desde primer
grado para ser postulantes a las universidades ni convirtiendo su vida escolar
en un martirio. Se construye en el trabajo cotidiano de sus emociones, afectos,
la atención a sus necesidades personales y sociales, junto con todos los
quehaceres escolares que para ellos deben tener un sentido y ofrecerles la
oportunidad de sentir que el aprendizaje es placentero, productivo, relevante.
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