Por León Trahtemberg
Cuando veo un partido de futbol, voleibol u
otros, especialmente en el Perú encuentro que los entrenadores habitualmente
les gritan y hasta agravian y avergüenzan a los jugadores. Si fuera solamente
el grito, quizá se podría asumir que levantan la voz para sobreponerse al ruido
del estadio y expresar consignas con la fuerza interna de un mandato. Pero ¿los
insultos, agravios, la ridiculización de los que cometen errores…? ¿Qué
objetivos persigue eso?
Si lo que se busca es corregir las malas
jugadas, el miedo a los insultos o agravios de un(a) entrenador(a) podrían
tener el contraproducente efecto de paralizar a los jugadores y obstaculizar la
concentración requerida para que entiendan qué hicieron mal y qué deben
corregir para que salga bien la próxima vez. Esos gritos y agravios del
entrenador son más bien una descarga de su propia ira y una expresión de
impotencia frente a lo que ocurre en la cancha, más que una expresión de
aliento a sus jugadoras.
Aun suponiendo que estas reglas se aplicasen a
los jugadores profesionales (o a los militares al dar sus órdenes) los cuales
deben saber atenerse a eso porque “así es el mundo del deporte”, me pregunto si
eso es igualmente aplicable a los entrenadores escolares que tienen el status
de “educadores” y que tienen que lidiar
con todo tipo de niños y jóvenes en formación. Eso incluye a muchos alumnos que
tienen una autoestima frágil y mucha inseguridad e inclusive son objeto de
bullying que se agrava cada vez que una autoridad o entrenador lo agravia o se
burla de sus debilidades.
A propósito de esto vale la pena rescatar unos
párrafos escritos por *Leo Buscaglia en su libro “¿Dónde estabas cuando te
necesitaba?” (Eugene, Oregon. 48 Conferencia Anual de Procedimientos, WSPECW,
1972). Allí relata sus experiencias en las clases de educación física en su
colegio.“ ...Nunca aprendí cómo golpear una pelota... Nunca nadie se detuvo a
enseñarme cómo hacerlo... Yo solía
ponerme de pie para patear y decía, “Por favor Dios, sólo por esta vez, déjame
darle a esta bola tan fuerte que se vaya derecho hasta la oficina del
Director”.
“Si alguno de los profesores varones de
Educación Física se me hubiera acercado y me hubiera rodeado con sus brazos, me
podría haber ahorrado varios años de agonía. Sólo uno, porque ellos tenían un
poder que ni siquiera imaginaban. Nosotros los mirábamos como si fueran dioses.
Ellos sólo tenían que estar allí; yo no miraba a mi profesor de Álgebra como
miraba a mi profesor de Educación Física; él nunca se enteró que yo existía. No
dejen que esto suceda. Identifiquen al débil de la clase, acérquense a él y
denle una palmadita de aliento en su huesudo trasero”.
Qué difícil resulta que los profesores y
entrenadores se den cuenta que no todos los alumnos tienen la fuerza interna y
resiliencia para logran filtrar esos gritos e insultos y focalizarse en el
mensaje, Hay aquellos que son capaces de ponerse por encima del estilo
comunicacional del entrenador, e internamente pueden asumir que "él es
así", ó "en los partidos se loquea" sin que les afecte
mayormente. Pero a su lado hay gran cantidad de alumnos que no tienen estas
capacidades y que deben ser cuidados, respetados y cultivados para que
paulatinamente vayan asumiendo sus limitaciones como parte de su formación personal
hasta que aprendan a sostenerse sobre la seguridad que les da otras capacidades
que pudieran tener.
Finalmente, si el entrenador deportivo es un
profesor más de la plana docente ¿se permitiría similar lenguaje y estilo de
comunicación en una clase de matemáticas o comunicación? ¿Por qué en un lado sí
y en otro no? Además ¿será lícito entonces que el alumno le responda al
entrenador con el mismo lenguaje y términos con el que éste se dirige a los
alumnos? ¿No sería mejor tratar bien a todos los jugadores?
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